domingo, 22 de abril de 2012

La llave del partido la tenía el Maestrico

El de anoche fue el equipo que esperaban ver los hinchas millonarios. River lo pasó por encima a Instituto, sin discusiones. Impuso condiciones con el peso de las individualidades, pasajes de buen fútbol, un despliegue formidable y la bocanada de aire fresco que empezó a soplar con el resurgimiento del Maestrico González.

Así, River dio un paso fundamental en su turbulento viaje de regreso a primera, por los tres puntos, por haberlo logrado ante el mejor equipo del campeonato y porque el conjunto de Almeyda encontró esta vez un libreto convincente y que le debería allanar el camino para lo que resta del campeonato.

La clave estuvo en que esta vez el tridente González-Cavenaghi-Trezeguet tuvo razón de ser cuando la pelota no necesariamente tuvo que pasar por el Chori. La inesperada aparición del venezolano González -hasta hace un par de partidos ni siquiera era tenido en cuenta para el banco- fue la llave que abrió las puertas para el rompecabezas de Almeyda. El Maestrico no solo fue descarga sino origen de muchas de las mejores jugadas. Se desplegó por todo el frente y puso una significativa cuota de creación.

César González estuvo más cerca de ser el volante de la selección de su país que el de talento pero frío e intermitente que se vio en las canchas argentinas con la camiseta de Huracán y Gimnasia. Anoche fue un jugador caliente, enganchado con el juego, marcando en el medio, aguantando la pelota y agregando pimienta por izquierda o por derecha. Un pase -con aroma a Messi- del venezolano fue el que abrió la puerta para romper el cero. Pero antes había participado directamente en carias de las jugadas en las que River pudo haber desnivelado.

El circuito que se creó alrededor de González y Domínguez fue lo que le dio fisonomía a la potencia que pone River en la cancha. Con la pelota descansando en esos pies talentosos, Cavenaghi y Trezeguet se movieron más sueltos, recibiendo en posiciones más claras. La continua subida de los laterales, más la ley de la fuerza que escribieron Ponzio y Cirigliano en el medio, hicieron el resto.

Con esa verdad, River aplastó a Instituto. Lo borró de la cancha. Le cortó los circuitos y aisló a los delanteros en una soledad sin pelota. Le quitó la voluntad a un equipo que, en los primeros minutos, amagó con jugar de igual a igual y que se desdibujó intimidado por un rival indomable.

Fue la de anoche una de las mejores versiones. Por juego, por variantes, por despliegue, garra y corazón. Sobre todo porque a las estrellas y al tridente, los abonó con fútbol.

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