sábado, 4 de febrero de 2012

La leyenda del jugador número 12

Victoriano Agustín Caffarena nació hace 108 agostos en una cuna de oro, que con su vida apasionada supo pintar también de azul. Y murió hace 38 agostos en esa nebulosa tan argentina del olvido, a pesar de que fue origen y protagonista de la leyenda más popular que dio el fútbol de este país: la del jugador número 12.
Tenía apenas 22 años cuando en febrero de 1925 embarcó en el vapor Ciudad de Buenos Aires, con trasbordo en Montevideo al buque Formosa. Destino final: Europa.
Caffarena portaba una credencial de periodista de El Telégrafo, para cubrir la primera gira de un equipo argentino al exterior. Pero era una simple excusa para superar los controles y estar, todo el tiempo y en todos lados, junto a los jugadores de Boca Juniors, el club que en esa aventura era más que un club. Si hasta sus rivales porteños le prestaron jugadores. Si incluso hinchadas ajenas fueron a la despedida en el puerto. Si el mítico diario Crítica convocó así: “Los aficionados están en el deber de despedir dignamente la primera embajada deportiva argentina que surcará el océano para hacer conocer en la vieja Europa la potencialidad de nuestro más popular deporte... Saludemos a los bravos footballers que llevan tan alta misión deportiva y patriótica.”

EL MÁS FANÁTICO. Una multitud respondió. Pero uno, sólo uno de los hinchas se embarcó: el “Toto” Caffarena. Había conseguido vencer la resistencia familiar, sobre todo la de su padre. Agustín Caffarena era un conservador (cofundador de ese partido, gran amigo de Julio Roca) de ideas progresistas en el campo de la educación, donde tuvo intensa actividad. Era también un escribano de cotizados clientes y tenía, como ellos, estatus de terrateniente. De esos bolsillos reacios salieron los billetes que llevó el joven y pituco Victoriano (con su infaltable traje, su sombrero y su moñito), quien no solamente pagó sus gastos sino que terminó financiando parte de la gira.
Pero no sólo puso plata. Hizo de todo: fue utilero, masajista, técnico y delegado. Hasta se ponía los cortos y posaba en la foto como uno más. Cuidaba que los jugadores tuvieran habitaciones confortables, que la comida esté a punto y los botines lustrados. De ese modo, se ganó la amistad y la admiración de las estrellas del equipo, como el legendario arquero Américo Tesorieri y el goleador Antonio Cerrotti, quienes rápidamente lo bautizaron: “Es nuestro jugador número doce.” Y así nació la leyenda, en una gira que concluyó con 15 victorias, un empate y apenas tres derrotas, venciendo a rivales de la talla del Real Madrid y del Bayern Múnich. La prensa alemana los apodó “Los malabaristas del fútbol”.
De regreso a Buenos Aires, el “Toto” entraba a las canchas visitantes con su carnet de “masagista” (sic). De local, tenía platea fija. Se casó con Antonieta Calabrese, de otra próspera familia dedicada al negocio de venta de arena que traía desde Uruguay. Se recibió de escribano y heredó el registro notarial a la muerte de su padre. En apasionadas discusiones con fanáticos de otras camisetas, perdió más de un cliente.

EL SÍMBOLO. Boca es deudor de Caffarena también en su himno. Fue él quien recomendó a Ítalo Goyeneche como compositor. La marcha fue oída, por primera vez, en la casa del Toto, y ejecutada al piano por una de sus hermanas. Luego, el escritor Jesús Fernández Blanco le puso versos: “Boca Juniors, Boca Juniors / gran campeón del balompié / que despierta en nuestro pecho / entusiasmo, amor y fe / Tu bandera azul y oro / en Europa tremoló / como enseña vendedora / donde quiera que luchó.”
En 1953 entró en la categoría de “socio vitalicio” y en los ’60 el presidente Alberto J. Armando le entregó, en el centro de la cancha, la plaqueta que lo reconoció oficialmente como el auténtico y originario “Jugador número 12”, mote que por entonces ya tenía un sentido colectivo: designaba al conjunto de la hinchada xeneize, según lo impuso, en los años ’30, el periodista y poeta Pablo Rojas Paz, desde su columna “El Negro de la Tribuna”, que publicaba en el diario Crítica.
Caffarena retribuyó a Alberto J. Armando nombrándolo, en 1965, “Gran Hechicero” de “La República de la Boca”. El “Toto” ejercía desde 1960 como “Presidente-dictador” de esa agrupación que en sus orígenes –casi un siglo antes–, estuvo ligada al afán de autonomía del barrio que dependía administrativamente de San Telmo; luego, al activismo obrero y que, con los años, había derivado hacia el humor sin dejar de ser una exaltación de orgullo barrial, ni promover declaraciones, fiestas e imponentes desfiles. En el “gabinete de gobierno” figuraban Juan Banchero, fundador de la célebre pizzería; Juan de Dios Filiberto, autor del tango “Caminito” y el ya extraordinario pintor Benito Quinquela Martín.
Hasta sus últimos días, Caffarena –afiliado a la Unión Cívica Radical– rechazó ofertas para hacer carrera política en el club. Era un fana puro, de los de antes, muy lejos de los barrabravas que hoy manchan su leyenda, y muy cerca del hincha pasional y generoso que Enrique Santos Discépolo inmortalizó en el cine.

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