sábado, 16 de julio de 2011

River Plate presentó sus refuerzos: Cavenaghi, Domínguez y Alayes

na idea anacrónica, pero idea al fin. Acertada, por cierto, pero desfasada en el tiempo. Nadie puede condenar la intención de conformar una especie de Dream Team con la finalidad de que River deje rápidamente si incómodo lugar en la B Nacional, al contrario, el hincha debe sentirse feliz y esperanzado de que esto suceda.

Pero claro, los ingratos recuerdos del descenso aún están muy frescos y la gente todavía no consigue encontrarle una explicación a lo sucedido. Por eso revuelve en el pasado. Analiza acciones, coteja situaciones y busca culpables. Necesita tener un chivo expiatorio. De ahí que, en medio de la alegría que le pueda generar encontrarse con refuerzos de la talla de Fernando Cavenaghi, del Chori Domínguez o de Agustín Alayes, le surjan preguntas. Y lo que más se escucha cuando conversa con los hinchas, dentro o fuera del Monumental, aquello que lo desvela es por qué se tuvo que llegar a una situación extrema para reaccionar.

Si bien en la repartija de responsabilidades la mayoría le otorga a Daniel Passarella un porcentaje menor al de José María Aguilar, sí encuentran en el Kaiser una seria falla logística. Para decirlo en criollo, le endilgan haber subestimado la situación. "Esto que hace ahora (lo de salir a comprar jugadores de nombre) lo tendría que haber hecho hace siete meses, cuando River tenía luchar para mantenerse en primera".

Exceso de confianza, mala lectura de la realidad, subestimar la situación, pecado de soberbia, llámelo como quiera, hoy el estigma con el cual tiene que cargar Passarella es el de ser el presidente que mandó al Millo a la B porque tuvo una gestión con fisuras desde lo programático. Nadie asegura que comprar jugadores hubiese redundado en que River no descendiese, pero sí, analizando el plantel con cierta rigurosidad, se hubiera llegado a la inevitable conclusión de que era necesario algo más que un Fabián Bordagaray (el único que llegó en el comienzo de la temporada). Así se vive por Núñez hoy, entre la búsqueda de asumir un presente que lacera y tratando de tener una mirada positiva para encarar lo que se viene.

En esto quizás la opinión de Matías Almeyda sea la que, al menos desde los protagonistas, se debe tomar como la más aconsejable: dejar atrás lo sucedido y mirar sólo hacia adelante. Eso sí, quienes no pueden dejar de girar la cabeza con la intención de observar lo ocurrido son los dirigentes. Ellos tienen, inexorablemente, que convivir a diario con ese mal recuerdo para analizar lo actuado y corregir errores.

La otra parte de este River pasa por lo futbolístico. Allí el Pelado Almeyda escribe sus primeros palotes como entrenador con un plantel que invita a soñar. Porque está consiguiendo una interesante mixtura de experiencia y juventud. Pero cuidado, se avecina un torneo largo y para encararlo con éxito es necesario contar con una plantilla bien amplia en cantidad y en calidad. No hay que deslumbrarse con un par de apellidos rutilantes y nada más. Tenerlos es una invitación a que la gente se ilusione, pero la diferencia se hace con eso y con recambio, algo que le faltó a J.J López en la temporada anterior. Si no se corre el riesgo de terminar dependiendo de los pibes, algo poco aconsejable en cualquier categoría de nuestro fútbol.

Pasando en limpio, de a poquito el hincha va haciendo pie en su nuevo escenario. A regañadientes y con una bronca lógica, pero va comprendiendo dónde se encuentra posicionado. Así es que muta en sus estados de ánimo, pasando de la desazón a la esperanza. No está en tiempos de recibir más malas noticias. Necesita de caricias, guiños, muecas de aliento. Y eso ya no se logra con palabras, sólo puede hacerse mediante acciones concretas. Seguir incorporando futbolistas de jerarquía es el camino para que la gente abandone la ruta de la pesadumbre. Porque tiene que estar más que aprendida una lección: hoy con la chapa únicamente ya no se consigue nada...

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