lunes, 6 de abril de 2015

Juan Román Riquelme

Claro, cómo no. El escribía en el campo de juego y dejó todo el material para hacer una “teoría del enganche” con marco teórico y mode d’emploi.

Como en la construcción de caligramas en la poesía, Román jugaba con la pelota-pluma y los espacios en blanco, aquellos que tú podías ver en big picture desde afuera de la cancha o en la tele, los espacios que tienes el privilegio de ver y señalar (“tirala pa’ allá, cambiá de frente, levantá la cabeza pelotudo…”) antes que los jugadores pero no de Román, que te descubría espacios que no habías visto ni sospechado y que los creaba para ti, como un regalo sin reciprocidad posible, un potlach, no sin antes bailar tango en la cancha y mimar a la pelota-mina como un compadrito sabedor. Esos pases, “entre líneas” justamente, que ora desplegaban espacios ora los replegaban, devolviendo al terreno de juego su plasticidad originaria. Con Román, el campo de fútbol era como un fueye, lo apretaba lo extendía a placer, sacando melodías que te suspendían la idea del tiempo y te hacían recordar el viejo oficio de potrero, de esa manera divertida del dolce far niente barrial que es la base del fútbol que amamos y que pocos como él (Messi) nos hacen recordar cuando se olvidan del público, del técnico, de los dirigentes, del árbitro, de los premios, del negocio horrible y mediocre en que han convertido al fútbol los mercaderes de la FIFA, los nuevos fenicios del espectáculo.

Reflexión sobre la lentitud: Aquiles y la Tortuga

Sobre todo el periodismo argentino, insufrible con raras excepciones, ha reprochado a Román que “lentificaba” (sic.) el juego. Estos periodistas copiones, sin mencionar fuente por lo demás porque viven engreídos en el autoctonismo de que los porteños lo han inventado todo, se basaban en los juicios, sobre todo, de los técnicos holandeses que habían pasado por el Barça.

Así como muchos otros siempre se equivocaron endilgando vicios de lentitud a Romario, quien parecía que trotaba al desgano pero que, en el momento apropiado, aceleraba como nadie dejando a metros de distancia a los defensores dentro de los escasos metros cuadrados del área chica anunciando el inevitable gol.

La velocidad en el fútbol es la visión, la inteligencia, la picardía, la lucidez. Alfio Basile decía que Román era el único jugador que tenía ojos en el culo. La velocidad no se mide por el kilometraje recorrido, ahora que ya todo lo miden y cronometran con computadoras y los analistas se han vuelto estadísticos truchos. Los periodistas deportivos, cacatúas mediáticas, lo único que han aprendido son las tácticas aritméticas del 4-4-2, del 3-5-2, etc., como decía hace un tiempito el loco Bielsa, pero cada vez entienden menos de fútbol.

Parafraseando a Paolo Virilio, si la velocidad se expresa en el espacio del automóvil, Riquelme condensa en él la velocidad.

Y si el tiempo es el costo del espacio, Riquelme sería el más eficiente: no sólo crea espacios como ya dijimos sino que los ocupa al menor costo. En realidad ofrece y da (dona) más que lo que recibe (contradon) a la manera del potlach.

El hombre rebelde

Riquelme no es un ser ni fue un jugador “pacificado”. Encarna el polemos griego. Separa, divide opiniones y comportamientos. En el camarín y fuera de la cancha, él como pocos creó a su alrededor empatía pero también resentimientos. Su ética es la ética del guerrero que no se inclina. Así lo probó cuando renunció a la selección de Maradona porque “no compartían los mismos códigos”. Es muy conocido su compañerismo con los pibes de la cantera a quienes siempre ha alentado dentro y fuera de la cancha y además defendido para que ganen dignamente. Es muy conocida también su actitud intransigente cuando defiende la estética y la gestalt futbolística de la cual fue heredero. Renunció a Boca varias veces porque no dejó que los dirigentes mafiosos los manejen como mercancías en la bolsa de valores de las piernas futboleras y al final acabó jugando por el club del cual vino, el Bichito, para darle el empujón anímico y volver a la primera división.

CODA: La levedad del ser

Su aire taciturno y su discreta elocuencia provocan equívocos frecuentes. Tienen los conceptos claros y por ello se fue convirtiendo en un outsider, un heredero del fuego sagrado de los grandes: Bochini, Maradona, Alonso.

El canon futbolero es la celebración del juego. Celebra, poeta. Comulga cada domingo a las doce para sacar el alma y volver -como cantaría el Zambo Cavero- “después de la misa”, a sacudir las campanas de la Bombonera, en eterno repique para los corazones bosteros que seguirán soñando con tu gambeta larga y pausada, tus amagues, tus pisadas de bola, tus caños inolvidables y tus pases de “sólo sabe Dios”. Nos enseñaste el deber de ser elegantes, dentro y fuera de la cancha.

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