El superclásico del fútbol argentino guarda muchas curiosidades. Algunas de ellas, producto del tiempo transcurrido, solo son recordadas por unos pocos estudiosos. Mirá algunas de esas historias que alimentaron la leyenda de los choques entre Boca y River.
Traigan velas. El 2 de mayo de 1915, Boca recibió a River en su viejo estadio de Wilde por la Copa Competencia. El local se puso en ventaja con un gol de Colla, a los 38 del primer tiempo. Cuatro minutos después, el Millonario alcanzó el empate por intermedio de García. El resultado no se modificó en los 90 minutos y entonces se disputó media hora más de alargue, en el que tampoco hubo goles. Ahí, la falta de luz obligó a la suspensión, pese a que por reglamento se permitía jugar hasta un máximo de tres horas de partido. El desempate tuvo lugar una semana después, y River ganó por 4-2.
Se salvó de la cárcel. El clásico del 19 de noviembre de 1933 podría recordarse porque fue el primer triunfo de River en el profesionalismo. Pero no. Hubo un dato muy curioso que tuvo como protagonista a Varallo: el goleador de Boca tuvo un encontronazo con el defensor Basílico y este debió abandonar el partido a los 12 del complemento. Cuando finalizó el encuentro, y en medio de los festejos riverplatenses, la Policía ingresó al campo de juego con la intención de llevarse detenido a Varallo por la agresión. La rápida intervención del árbitro José Bartolomé Macías lo impidió.
Feliz Navidad. El 22 de diciembre de 1976, Boca y River disputaron en la cancha de Racing el partido más decisivo de la historia de los clásicos: la final del Nacional. La suerte se definía en 90 minutos ante alrededor de 90 mil espectadores. Cuando parecía que el partido iba al alargue, Boca tuvo un tiro libre, Suñé lo ejecutó rápidamente y la colgó en un ángulo. Fue gol, triunfo y vuelta olímpica en el único mano a mano.
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